miércoles, 25 de febrero de 2015

Breves piezas morales.

L'angelo caduto. Emilio Farina [col. part.].

II.- El demonio del bien o algunas absurdidades del discurso moral. Clement Rosset.

• Escribir contra la moral por rechazo a toda forma de moralismo, parece la fórmula de Rosset porque la falsedad de juicio (juicio falso), por la inexactitud y la mentira que implica, son para él los principales pilares de todo discurso moral.
Y denomina el ‘demonio del bien’ a la representación del mundo constantemente falseada por el prisma deformante de la apreciación moral. Le parece vano intentar erradicar en alguien una idea absurda, porque la desilusión, el desengaño, es un remedio peor que el mal que pretende curar.
Nada es tan temible, dice, como el amor a la humanidad en general, que viene lo más a menudo a amar a todo el mundo sin por ello dejar de detestar a cada persona en particular.

• La causa de la moral le parece definitivamente perdida en sus pretensiones a la filosofía. Ya que los hombres se equivocan, no los teóricos que les han indicado el camino y los hechos no son nada y las ideas lo son todo. El principal punto neurálgico, débil, de la moral parece residir, según él, en su incapacidad de afrontar lo real, o, lo que es lo mismo, en su aptitud para recusar como inmoral lo que no puede admitir como realidad. Lo considera el escamoteo moral de la realidad. Pero, añade, lo real termina siempre por triunfar, aún puesto en cuarentena por la moral. Y sería aligerar la crueldad de la realidad, si pudiera denunciarse su carácter inmoral. Escribe, parodiando a Cioran, que moralizar equivaldría a una protesta contra la verdad.

• Opina que lo que más profundamente es reprochado a la filosofía por los moralistas es su reticencia a indignarse por el mal. Y la indignación es el principal componente de las diversas propensiones psicológicas a la moral, sin ella, la moral perdería su razón de ser. Señala un doble vicio que condenaría en efecto la indignación a la impotencia y a la paradoja. El primero consistiría en hacer desaparecer como por arte de magia el objeto que pretende atacar, asfixiando todo análisis y prohibiendo por su recusación previa todo estudio y cualquier toma en consideración del objeto que se propone desacreditar. Así la descalificación por razones de orden moral permite evitar cualquier esfuerzo de comprensión, de manera que un juicio moral traduce siempre un rechazo a analizar, un rechazo a pensar. El segundo vicio de la indignación moral sería no tener cuidado del hecho de que aquello contra lo que nos sublevamos es así mismo de orden moral y ésa es su insostenible paradoja.
La moral, señala Rosset, no critica generalmente más que a los partidarios de un añadido moral, porque los crímenes de los que se indignan los moralistas han sido casi siempre la obra de personas más moralistas aún.

• Por ‘moral’ entendería lo que designa esencialmente el pensamiento que se ha desplegado en la época de la Ilustración. Para él son filosóficamente lamentables las menciones kantianas de una ‘inteligencia natural y sana’ (que anuncia la expresión moderna y aún más lamentable de ‘posición políticamente correcta’). La voluntad buena en Kant sería el objeto de una fascinación o, mejor, de una alucinación.
Analiza una variante pre-kantiana en el concepto rousseauniano de ‘voluntad general’. Y le resulta evidente que una voluntad desvinculada de su pertenencia individual, es una voluntad privada de todo querer real y entonces una voluntad fantasmática, incapaz de querer algo. Porque la voluntad es individual o no es. Voluntad general, dice bien, aparte de constituir una contradicción en los términos, no es ni voluntad, ni general (la suma de las voluntades particulares, incluso si se revela mayoritaria, no constituirá nunca una voluntad general, ya que procede de motivaciones individuales y cada una diferente de la otra). Y es absurdo hablar de voluntad general, incluso de ‘voluntad mayoritaria’, que sólo puede ser la adición de votos que pueden predominar en un escrutinio, pues no por ello deja de ser la expresión de voluntades notablemente diferentes unas a otras. Un voto mayoritario no expresa una voluntad mayoritaria, y, naturalmente, menos aún una voluntad general.
Indica que el imperativo categórico de Kant es inadmisible por su pretensión a la universalidad. ¿Dónde termina el individuo y dónde comienza la persona humana? pregunta. Si ningún hombre ha sido el ‘semejante’ de otro, por parte del hombre nadie ha podido nunca definir lo que es humano o inhumano. Pues todo aquello de que es capaz el hombre es también necesariamente humano. [“Soy hombre y nada de lo que es humano me es ajeno” Terencio. Héautontimôrumenos].
Además, puntualiza que el imperativo moral es en principio aberrante por el mismo hecho de constituirse como imperativo moral. La verdadera moral se burlaría de la moral, según Pascal. Porque la generosidad es por definición ajena al sentimiento del deber.
Plantea que se actúa no moral sino civilmente y eso es todo lo que se le puede pedir a un hombre sabio y prudente en el sentido aristotélico. Ese orden civil incita al relativismo y a la ponderación, mientras que, por su pretensión de universalidad, el orden moral tiende al proselitismo y al fanatismo. Y frente a mantener la esperanza ilusoria de una moral universalmente admisible, la impotencia moral y la potencia jurídica. Así, aunque inatacable moralmente, el criminal sería vulnerable legalmente. La legalidad, incide, puede tener éxito allí donde la moral fracasa. Y es que según Spinoza, el tesoro que ha traído Moisés del monte Sinaí no es el conocimiento de ‘dios’ sino la noción de un ‘estado de derecho’.

[continuará]

miércoles, 18 de febrero de 2015

Tautología [y II].

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2.- Frente a las formas de estilo que intentan expresar una tautología, o la esencia de una identidad, pero que desembocan en un efecto exactamente opuesto que hace de ellas pseudo-tautologías y desmentidos de la identidad, está el caso inverso, las formas de estilo que renuncian a expresar directamente la identidad, pero logran sugerirla mucho mejor: la metáfora, la imagen o la comparación, explica a continuación Rosset.

- La Metáfora, la imagen y la comparación.
La metáfora es una distancia, un méta-phorein, ‘llevar a otro sitio’, nombrar una cosa por otra. La metáfora no es para la literatura naturalmente una panacea. Puede ser usada y convencional, en cuyo caso su efecto es malogrado, o más bien es contraproducente; pues aquélla designa entonces la cosa aún menos bien que si la nombrara directamente. Así una ‘salud de acero’ es menos sólida que una buena salud [”Bien podemos tener una salud de acero, que siempre terminamos por oxidarnos” decía Jacques Prévert].

La metáfora, que designa una cosa por otra, produce un ‘efecto de real’, por la novedad de la forma en que la designa, explica Rosset. La metáfora actualiza cierta analogía en una relación nueva y no percibida aún. De manera que la metáfora, si no consiste stricto sensu en recrear lo real, impone su redescubrimiento. No hace surgir un mundo nuevo, sino un mundo vuelto nuevo. La imitación no queda tampoco sin relación con el juego metafórico que logra expresar algo alejándose de él. No es otra cosa que una metáfora puesta en práctica, que tiene por efecto obtener algo deshaciéndose de ello.

Entre las formas de estilo emparentadas con la metáfora -y que tienen también concomitancias con la sinécdoque-, resalta Rosset dos giros que como ella vuelven a expresar algo por un efecto de desvío y de decir indirecto. El primero, mantener a la sombra el objeto a designar y adivinarlo por alguna característica secundaria, procedimiento de la poética china. El segundo giro, consiste en arrojar toda la luz sobre todo lo accesorio dejando lo esencial en penumbra, como encuentra Rosset en las Cinco melodías populares griegas’ de Ravel. Y es que habría que señalar el general reconocimiento de la fuerza expresiva de la tautología en la canción popular. Pues la música es ella misma de esencia tautológica, ya que es un lenguaje que no ilustra nada del exterior y que, si se le interroga sobre su significación, no puede más que repetir su propio decir.

*
Decir por un otro decir, exhibir esto por aquello, esto es la proeza que logra la metáfora y en la que fracasa el conjunto de las pseudo-tautologías que Rosset ha revisado en los puntos anteriores.
Pero se pregunta si la tautología no sería capaz de decir como la metáfora, sin dejar de decir directamente, contrariamente a la metáfora. Y señala que la tautología es a la filosofía lo que la metáfora a la tautología: el mejor y más seguro indicador de lo real. No hay nada más precioso para pensar que la realidad, la palabra filosófica que expresa mejor la realidad es la que expresa mejor su identidad: a saber, la tautología.

Con este silogismo pretende solamente sugerir que el discurso filosófico más fuerte es de inspiración tautológica y que todo discurso filosófico apoyado por la inspiración contraria, es decir, por la intuición dualista, es más débil. [Podría imaginarse así, sugiere Rosset, un árbol genealógico de los filósofos escindido desde el principio en dos ramas rivales e irreconciliables: la que comienza con Parménides, por la línea legítima, y la que comienza con Platón, por la línea bastarda].

La cuestión de saber si la naturaleza de lo real es de esencia identitaria o diferencial, no es saber si lo que existe realmente existe también totalmente. Y sólo la enunciación tautológica rinde justicia a lo real en el punto crucial, no de su unidad, sino de su unicidad. Que A sea A implica en efecto que A no es otro que A. Precisión en la que parece residir la principal riqueza de la tautología.

Recuerda Rosset que Borges se preguntaba quiénes eran los mejores cartógrafos del Imperio. Son aquellos que se dan cuenta de que el mapa más perfecto es el imperio mismo. Pues ese imperio se confunde con el único trazado absolutamente exacto de su territorio y es así él mismo la única ‘reproducción’ totalmente satisfactoria que pueda ser hecha. Ese, pues, es el secreto que, según Rosset, encierra la tautología y que podría llamarse su ‘demonio’, o incluso el ‘demonio de la identidad’ -en el sentido de que todo lo que puede decirse de una cosa termina por reducirse a la simple enunciación de esta misma cosa.
A partir de la tautología, las posibilidades de enunciación, de conceptualización, de argumentación y de contra-argumentación existen hasta el infinito; y son naturalmente éstas, las que constituyen la materia de un pensamiento y de una filosofía.

Para terminar, volviendo a la tautología pura, Rosset señala dos aspectos principales de su riqueza expresiva. Una primera riqueza, positiva, consiste en proporcionar una especie de enseñanza última sobre la naturaleza de lo real, que muestra su identidad y desvela su unicidad. Evidencias más difíciles de pensar de lo que se imagina, la fuerza de la tautología consiste en forzarnos a volver a estas evidencias. El otro aspecto de la riqueza de la tautología, de orden negativo esta vez, se revela de la naturaleza fuertemente indeseable, si no terrorífica, de su propia ley inflexible, A no puede ser más que A. Así, el fundador histórico de la filosofía de inspiración tautológica, Parménides, hubo tenido el cuidado de advertir de su verdad lejos de los caminos trillados.
Y concluye Rosset enfatizando que la profundidad tautológica es pensar la evidencia. Pues, añade, la evidencia es quizás lo más difícil de pensar.


[continuará]

miércoles, 11 de febrero de 2015

Tautología [I].

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B)
1.- También, prosigue Rosset, tendría que ser útil preguntarse por lo que la tautología no es [A=A]. Existen formas de discurso que, diferentes de la tautología, han sido asimiladas a ella. La perogrullada, el pleonasmo, la redundancia, la petición de principio, el truismo, la tautología didáctica, como falsas tautologías, son explicadas por Rosset en su texto.

a) La Perogrullada, verdad de ‘Don Pero Grullo’: “afirmación cuya evidencia solamente formal se presta a la risa” [dic. Robert]. Debe pues contar con un elemento cómico que no se ve en la tautología y puede erróneamente ser interpretada como ‘truismo’. La perogrullada también como variación imaginaria. La diferencia que separa la tautología de la perogrullada es que mientras la primera repite abiertamente lo mismo, la segunda lo repite esforzándose por hacerlo pasar por otro, suscitando un instante de alucinación de una diferencia. La perogrullada es una tautología disfrazada, una tautología que no admitiría que es tautológica, una negación de la tautología en el seno mismo de la tautología. Es una tautología invertida, un intento de desmentido de la tautología [A≠A]. Estaría así, la perogrullada próxima con el género de las pseudo-tautologías.

b) Igual que el Pleonasmo, forma más general de la perogrullada, que implica menos jocosidad y más torpeza por ser el pleonasmo a menudo involuntario. [Los reyes del pleonasmo serían, para Rosset, los detectives Dupont y Dupond de los comics de Hergé].

c) La Redundancia, tiene que ver con el pleonasmo que enuncia una sola cosa sin dejar de creer que enuncia dos.

d) La Petición de principio, que es también una pseudo-tautología, presenta la particularidad, dice Rosset, de ser menos una confusión terminológica que una confusión que toca el razonamiento. La ilusión de la petición de principio consiste en operar una distancia imaginaria entre lo que debe ser probado y el argumento que supuestamente lo prueba, que muestra no ser más una repetición obstinada de la opinión de la que debería probarse la validez. Demostrar A a partir de A.

e) El Truismo podría no formar parte del género de las pseudo-tautologías, pues no consiste en decir de otra manera lo que sólo puede ser dicho por su propio decir, sino enunciar, bajo un modo enfático que las hace ridículas, banalidades evidentes para todo el mundo. La esencia del truismo reside en pretender suscitar la ilusión de un ‘dicho de otra forma’ allí donde una verdad es enunciada en su versión más elemental, es decir a presentar como metáfora lo que no es más que una repetición.

f) Y finalmente, lo que Rosset denomina la Tautología didáctica, o edificante, que consistiría en enunciar proverbios bajo la forma de la tautología. Pero es la forma más alejada de la tautología porque ésta pretende atraer la atención sobre el hecho de que una cosa cualquiera es la cosa que es, sin que haya posibilidad alguna de modificación o de alteración. No siendo el caso de los ‘proverbios tautológicos’ que pretenden subrayar una verdad sin relación con lo que enuncia literalmente una pseudo-tautología, que sólo es convocada aquí, por Rosset, para ilustrar la enseñanza de verdad. Son evidencias, pero no tienen relación directa con la evidencia enunciada por la tautología.

*
Tras la revisión de las falsas tautologías, la conclusión es que la tautología, o el principio de identidad, no se traduce por la fórmula «A = A», igualdad que requeriría dos términos, sino por la de «A es A», A es él mismo el mismo.
La fórmula [A es A] es, por lo tanto, la expresión justa de toda realidad, el ser es lo que es y el no ser lo que no es [Parménides]. Es vano pedir a la filosofía otra definición de la palabra ‘real’ que no puede ser definida más que por su propio hecho de ser real. Definición ‘minimalista’ y ‘nominalista’, que asocia la idea de realidad a la de singularidad. Pero la definición de lo real, afina Rosset, es justamente el ser sin definición.

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[continuará]

miércoles, 4 de febrero de 2015

Tautología [0].

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Se le reprocha a Rosset, un schopenhaueriano, que mantenga siempre [lo que para Bergson sería una cualidad] el mismo discurso -lo real es lo real-, sin definir el sentido preciso de ‘real’. Por otro lado, también se le censura su silencio en materia de moral.
Objeciones a las que respondió con escritos (*) sobre el demonio de la tautología y el demonio del bien.


I.- El demonio de la tautología.

A)
Lo real, escribe Rosset, es todo lo que existe en función del principio de identidad [A es A]. Y lo irreal, lo que no existe según ese mismo principio, es decir no sólo todo aquello imaginario (de alucinación), sino también lo ilusorio, que no responde rigurosamente al principio de identidad.
La definición de lo real sería, pues, ser aquello que permanece sometido al principio de identidad sin ninguna condición ni restricción. Pero definir así lo real no dice nada de ello, salvo que ’lo real es real’. El discurso entonces sobre lo real, será tautológico o no será, o al menos no tendrá razón de tener lugar.

Es lo que recomienda Wittgenstein en su Tractatus: “Sobre lo que no se puede hablar, hay que callar”. Pero, ¿sería lo mismo un discurso vacío que un discurso tautológico? se pregunta Rosset.
Y responde que un discurso tautológico, una proposición tautológica, no es un discurso pobre, a pesar de que Wittgenstein encierra las proposiciones en el interior de un sistema de posibilidades de verdad entre dos límites, uno externo, la contradicción, y otro interno, la tautología. Vacías de sentido, tanto la contradicción, siempre falsa, que no enseña nada, como la tautología, siempre verdadera, que tampoco enseña nada.
Recuerda que frente a Wittgenstein, ya Parménides parece haber concluido en su día de forma distinta, estimando que la fórmula tautológica no sólo designa una evidencia lógica, sino la más certera realidad. El ser, que es lo que es y no es lo que no es, es también “lo que existe ahora”. Entonces ¿en qué medida una verdad lógica puede expresar también una verdad ontológica o existencial?
Parménides vs. Wittgenstein: “Es lo mismo pensar y ser”, dejó escrito el griego.

No obstante, en el Tractatus, según Rosset se podrían distinguir con mayor complejidad, tres características de la tautología. A saber:
- La primera es que la tautología constituye una proposición hueca y vacía, que no constituye siquiera una proposición.
- La segunda sería que la tautología que es verdadera en todos los casos, también debe ser considerada como un modelo de verdad.
- Y la tercera, que este modelo de verdad es lo contrario de un principio de realidad.

Wittgenstein plantea lo primero bajo forma de alternativa. O bien la tautología dice todo, por tanto anuncia una verdad que no tiene excepciones, pero entonces no dice nada. En ese caso, la verdad de la tautología no encuentra una forma de falsedad a la cual oponerse, si todo es verdadero, nada lo es [como dijo Jankélévitch: “si todo es rosa nada es rosa”]. O bien la tautología no dice nada, repite su propio hecho sin añadir la menor información, en tal caso la tautología tampoco dice nada. Así: “decir de una cosa que es idéntica a sí misma no dice absolutamente nada”.

Wittgenstein avala, como sugiere Rosset, esa segunda característica de radicalización de la tautología como modelo de verdad, al plantear que cualquier otra forma de proposición no sólo no es verdadera, sino que además es falsa. El conjunto de las verdades es entonces el conjunto de las generalizaciones de esta verdad, que lleva por nombre tautología. Y no hay forma de escapar de la alternativa: o hablar de manera tautológica y decir verdad, o hablar alejándose de la tautología y decir falsedad. A partir del momento en que se dispone de un pensamiento verdadero, cualquier otro pensamiento es falso por definición.
[Remite aquí Rosset a la psiquiatría, donde uno de los rasgos más característicos de la paranoia consistiría en una especie de reducción del lenguaje a la tautología, con pérdida de las funciones polisémica y metafórica del lenguaje. Incluso fórmulas no tautológicas en sí, engendran un uso tautológico del lenguaje en el paranoico, para el que la seguridad reside en la univocidad, una palabra para cada cosa y una cosa para cada palabra. Una terminología monosémica y su sintaxis monoidéica].

Por último, la tautología para él no tiene ningún poder descriptivo y sería incapaz de definir la realidad de las cosas que existen. Así, dice Wittgenstein: “La tautología y la contradicción no son imágenes de la realidad. No representan ningún estado posible de las cosas (…) la tautología permite cualquier estado (…) la contradicción no permite ninguno”. O incluso: “la tautología deja a la realidad todo el espacio lógico (…) la contradicción llena todo el espacio lógico y no deja punto alguno a la realidad (…) ninguna de las dos pueda en modo alguno determinar la realidad”


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[continuará]