viernes, 15 de mayo de 2015

Pensar en Derrida pensando a Derrida [III].

 
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Thomas Mann y Derrida.
Sin tanta prudencia como exigía Derrida en las trasposiciones de contextos, Sloterdijk relaciona la trayectoria de este pensador llegado de los márgenes del imperio hasta el lugar preminente alcanzado en él, con el José del Antiguo Testamento, cuyo profeta sería el escritor Thomas Mann que recuperó, en el siglo XX en su tetralogía, dicho mito para el humanismo ilustrado. En paralelo con lo visto antes en Freud, Mann encontró la bisagra entre la partida y el retorno a Egipto en la historia del hijo menor de Jacob verificando las relaciones de los heteroegipcios con los ‘homoegipcios’.
Y en lo que atañería a Derrida, si un hombre que llega a Egipto con las manos vacías conoce el triunfo en ese país, es gracias al arte de leer signos ilegibles para los otros mediante el sometimiento de toda fabricación simbólica a un análisis fascinante por la que el semiólogo tiene que avanzar en equilibrio.
Además de la sombra alargada de Freud, Sloterdijk trae luego a la palestra a intérpretes marxistas del  mesianismo, como Bloch y Benjamin, para los que la ‘interpretación de los sueños’ proletarios pasaba por su transformación en medios de producción política, incluyendo en los asuntos de la nueva hermenéutica las construcciones utópicas conscientes.
En este contexto es claro advertir que la deconstrucción de Derrida puede comprenderse como una tercera ola de interpretación de los sueños a partir de la posición joséfica, que tiene que ir más allá de los modelos del psicoanálisis y la hermenéutica mesiánica y que tiene que desarrollarse forzosamente bajo la forma de una semiología radical que probara que los signos no proveen jamás la plenitud de sentidos que prometen. Derrida interpretó, pues, la suerte joséfica mostrando que Egipto trabaja en nosotros. Puntualizando entonces Sloterdijk, que ‘egipcio’ es el predicado de todas las construcciones que pueden someterse a la deconstrucción. Salvo, añade, la más egipcia de todas las estructuras, la pirámide, que se yergue inquebrantable durante todos los tiempos porque está construida, desde el inicio, de conformidad con el aspecto que asumiría tras su derrumbe.

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