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Oyendo en la radio cantar a Domenico Modugno el tema
introductorio, debido a Ennio Morricone, de la película de hace 50 años ‘Uccellacci e uccellini’ de P. P. Pasolini,
he recordado que en un anterior suplemento de El Cultural, en una entrevista, Sanchis Sinisterra recomendaba al
presidente del gobierno leer el opúsculo de Didi-Huberman de título supraescrito
(*).
Dudo que le interesara saber a un presidente que, a pesar de
lo que escribió Pasolini y ha planteado en otros términos G. Agamben, todavía
se pueden observar los pequeños resplandores de las ‘luciérnagas’ que hacen frente a las potentes luces del poder.
A pesar de su declive en la cultura contemporánea no se ha producido su
desaparición, “…es la expiración misma de
la luz la que nos resulta todavía visible…” [D.-H.]. Hay que saber verlas en cualesquiera de las imágenes que
supongan esperanza para pensar una resistencia
contra la indiferenciación cultural porque hay espacios intersticiales pese a
todo.
Pasolini puso de manifiesto en sus Escritos corsarios que sobre las ruinas del antiguo fascismo, al
que se había podido resistir, ha renacido en nuestros días un nuevo ‘fascismo’
(o nuevos fascismos) al que la adhesión a sus modelos culturales es
incondicional. Los reflectores (la televisión entre ellos) han ocupado todo el
espacio social en esta época de dictadura consumista y las pequeñas luciérnagas
han desaparecido. La industria cultural se ha apoderado hasta de los cuerpos (y
su eros) incorporándolos a los circuitos
de consumo. Lo resume A. Brossat: “La cultura
no es ya lo que nos defiende de la barbarie (…), es ese medio mismo en el que
prosperan las formas inteligentes de la nueva barbarie”. En las sociedades
de control no existe ya comunidad viva y de ahí la desesperación política de
Pasolini.
Agamben, filósofo de lo paradigmático, convierte imágenes en
arqueología cogiendo a contrapelo el curso
de la historia, en un pensamiento que no busca tomar partido sino
interrogar a lo contemporáneo a partir de sus supervivencias. Para él, el
hombre contemporáneo ha sido desposeído de experiencia, los
acontecimientos no se le mutan en experiencia, la incapacidad de transmitir
experiencias es su propia condición y esto hace insoportable la vida cotidiana
en la que toda transformación será pensada como destrucción. Las supervivencias
no prometen resurrección, no son sino resplandores pasajeros en medio de las
tinieblas.
El pequeño resplandor pasajero, intermitente, de la historia
remeda el de una imagen dialéctica [W. Benjamin]. Y la imaginación no es
más que ese trabajo productor de imágenes para el pensamiento. La imaginación
como supervivencia, pues. Lo que puede haber desaparecido es la capacidad de
ver lo reminiscente, una luz (de
luciérnaga) para todo el pensamiento.
Lo que desaparece con la luz del poder es el resplandor del
contrapoder. En el mundo contemporáneo la mercancía y el capital asumen la
forma mediática de la imagen. Se genera una sensación de angustia ante la
proliferación de imágenes como vehículo de propaganda que reducen los cuerpos a
procesos de sometimiento. El paradigma de Agamben ha perdido su potencia de
excepción, de protesta en acción, su capacidad de transformación.
Pero en un horizonte que parece ofuscado por el poder, la
imagen se revela capaz de franquear ese horizonte del pasado de las
construcciones totalitarias. “Nada de lo
que jamás haya sucedido se ha perdido para la historia” [W. B.]. Organizar
el horizonte: descubrir un espacio de imágenes o configuraciones de pensamiento
alternativas. Cuerpos luminosos fugaces en la noche. Luciérnagas más o menos
discretas. Supervivencia de las imágenes cuando la supervivencia se halla
comprometida. Resistencia del pensamiento a la destrucción de la experiencia. Y
es que, como sugiere H. Arendt, el sentido de una acción se revela cuando se ha
convertido en historia narrable.
¿Han desaparecido las luciérnagas? Algunas nos rozan en la
oscuridad, otras se han ido a formar en otras partes su deseo compartido.
* [Didi-Huberman, G. (2012).- Supervivencia de las luciérnagas. Ed.
Abada, Madrid].